Hoy en día nos resulta prácticamente inconcebible someternos a cualquier procedimiento médico que pueda generarnos algún tipo de dolor notable sin la ayuda de la anestesia, ya sea general o local.
Sin embargo, no hace tanto tiempo, las personas se sometían a traumáticas intervenciones quirúrgicas sin más ayuda que los remedios naturales o arriesgadas combinaciones de alcohol y opiáceos que terminaban muchas veces con dramáticas consecuencias.
Y es que combatir el dolor ha sido una lucha del hombre desde el principio de los tiempos. Los asirios, por ejemplo, utilizaban como anestésico la compresión de la arteria carótida en el cuello, mientras que en el Antiguo Egipto era frecuente el uso de narcóticos vegetales (mandrágora, cannabis). Hipócrates y Galeno inventaron el uso de las esponjas soporíferas, que contenían una mezcla de mandrágora, beleño y opio. Y el opio en sí se utilizaba con tal efecto ya desde antes de Cristo, generalmente mezclado con vino. Mucho hemos avanzado desde entonces, pero, en el caso concreto de la anestesia odontológica, debemos darle las gracias al americano Horace Wells, pionero en este campo.
Horace Wells, el pionero
Horace Wells nació en Connecticut (EE.UU.) en 1815. Finalizados sus estudios de odontología abrió su propio consultorio. En diciembre de 1844 Wells presenció un espectáculo público, en el cual el químico Gardner Q. Colton administraba óxido nitroso a voluntarios del público. El gas los ponía en un estado de euforia y excitación, y perdían sus inhibiciones, lo cual entretenía y divertía al público. En una ocasión, uno de los voluntarios, bajo el efecto del gas, sufrió una caída, lesionándose, y el doctor Wells observó que no sentía dolor.
Inspirado por este hecho, Wells hizo que un colega de profesión le extrajera a sí mimo una pieza dental habiendo inhalado óxido nitroso, y comprobó que no sentía dolor, convirtiéndose así en el primero en experimentar con éxito en este terreno. Sin embargo, la mala suerte acompañaría a Wells toda su vida.
El 15 de enero de 1845, Wells es invitado por el profesor Warren, cirujano, para realizar la demostración de una extracción dental indolora en el Hospital General de Massachussets, ante un numeroso público. Un fallo a la hora de administrar el óxido nitroso hizo que el paciente gritara de dolor y Wells perdiera su credibilidad y su reputación, retirándose de la práctica odontológica. Sus avances, sin embargo, no caerían en saco roto. Su colega William Thomas Morton siguió experimentando donde él lo había dejado y el 16 de octubre de 1846 llevó a cabo la disección de un tumor cervical utilizando éter sulfúrico rectificado inhalado. Fue todo un éxito y marcó el pistoletazo de salida para la evolución y el perfeccionamiento de la anestesia moderna, no solo en odontología, sino en todas las disciplinas.
Hoy en día nos resulta prácticamente inconcebible someternos a cualquier procedimiento médico que pueda generarnos algún tipo de dolor notable sin la ayuda de la anestesia, ya sea general o local.
Sin embargo, no hace tanto tiempo, las personas se sometían a traumáticas intervenciones quirúrgicas sin más ayuda que los remedios naturales o arriesgadas combinaciones de alcohol y opiáceos que terminaban muchas veces con dramáticas consecuencias.
Y es que combatir el dolor ha sido una lucha del hombre desde el principio de los tiempos. Los asirios, por ejemplo, utilizaban como anestésico la compresión de la arteria carótida en el cuello, mientras que en el Antiguo Egipto era frecuente el uso de narcóticos vegetales (mandrágora, cannabis). Hipócrates y Galeno inventaron el uso de las esponjas soporíferas, que contenían una mezcla de mandrágora, beleño y opio. Y el opio en sí se utilizaba con tal efecto ya desde antes de Cristo, generalmente mezclado con vino. Mucho hemos avanzado desde entonces, pero, en el caso concreto de la anestesia odontológica, debemos darle las gracias al americano Horace Wells, pionero en este campo.
Horace Wells, el pionero
Horace Wells nació en Connecticut (EE.UU.) en 1815. Finalizados sus estudios de odontología abrió su propio consultorio. En diciembre de 1844 Wells presenció un espectáculo público, en el cual el químico Gardner Q. Colton administraba óxido nitroso a voluntarios del público. El gas los ponía en un estado de euforia y excitación, y perdían sus inhibiciones, lo cual entretenía y divertía al público. En una ocasión, uno de los voluntarios, bajo el efecto del gas, sufrió una caída, lesionándose, y el doctor Wells observó que no sentía dolor.
Inspirado por este hecho, Wells hizo que un colega de profesión le extrajera a sí mimo una pieza dental habiendo inhalado óxido nitroso, y comprobó que no sentía dolor, convirtiéndose así en el primero en experimentar con éxito en este terreno. Sin embargo, la mala suerte acompañaría a Wells toda su vida.
El 15 de enero de 1845, Wells es invitado por el profesor Warren, cirujano, para realizar la demostración de una extracción dental indolora en el Hospital General de Massachussets, ante un numeroso público. Un fallo a la hora de administrar el óxido nitroso hizo que el paciente gritara de dolor y Wells perdiera su credibilidad y su reputación, retirándose de la práctica odontológica. Sus avances, sin embargo, no caerían en saco roto. Su colega William Thomas Morton siguió experimentando donde él lo había dejado y el 16 de octubre de 1846 llevó a cabo la disección de un tumor cervical utilizando éter sulfúrico rectificado inhalado. Fue todo un éxito y marcó el pistoletazo de salida para la evolución y el perfeccionamiento de la anestesia moderna, no solo en odontología, sino en todas las disciplinas.
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