Consejos para una boca sana
27 sep 2013
Los alimentos refrescantes más típicos del verano pueden ser nuestros grandes aliados para bajar nuestra temperatura corporal, aparte de para hidratarnos de forma adecuada o aportar nutrientes beneficiosos, pero, ¿cómo afectan los helados, granizados y sorbetes a nuestra salud bucal? Como ocurre con cualquier otro alimento, encontrar un equilibrio, no abusar de ellos y mantener unas pautas de higiene bucal constantes puede ayudarnos a que no se conviertan en algo perjudicial para nuestros dientes y encías.
Los granizados, uno de los productos clásicos del verano, están elaborados con un alto porcentaje de hielo. Su temperatura gélida puede hacer que, en contacto con los dientes, se produzcan episodios de hipersensibilidad dental. Una boca bien cuidada y sin problemas de deterioro gingival y/o de problemas de esmalte no debería, en principio, sufrir una elevada molestia.
En caso afirmativo, lo más probable es sentir un dolor dental agudo en los dientes en contacto directo: para no erradicar este producto de nuestra dieta, la solución sería tratar la sensibilidad mediante los tratamientos que el profesional odontólogo considere oportunos.
Los helados, que también se consumen a bajas temperaturas, aunque menos fríos que los granizados, también pueden producir sensibilidad en los dientes, por lo que hay que permanecer atentos a la reacción de nuestros dientes y actuar en consecuencia si también se sienten los mismos efectos.
Existen en el mercado un gran número de productos específicos que comúnmente contienen nitrato potásico, un agente químico desensibilizante. Actualmente encontramos formulaciones que, además de este principio activo, incorporan nanopartículas de hidroxiapatita que sellan los túbulos dentinarios y reparan el esmalte dental, ayudando a eliminar la sensibilidad dental.
Los helados y sorbetes, además, comparten también una particularidad con los granizados, que no es otra que su elevada presencia de azúcares y contenido de frutas. Es muy importante no olvidar cepillarnos los dientes tras su ingesta, igual que hacemos tras cada comida diaria en otras épocas del año, para evitar que azúcares y ácidos de la fruta permanezcan un tiempo excesivo en nuestra boca y puedan favorecer la aparición de caries. En este sentido, reforzar este hábito entre los más pequeños es fundamental, ya que normalmente son sus consumidores más habituales.
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